Social Turn» (1992). Este enfoque es admirable porque rechaza el relativismo metodológico de las escuelas de Edimburgo y Bath, pero conduce a un historicismo radical («Mi solución… es historiar más, no menos»: Latour, Pandora’s Hope , 1999:169), según el cual Tasmania no existía antes de que Tasman la «descubriera» en 1642, y la tuberculosis no existía antes de que Koch la «descubriera» en 1882. Así, todos los hechos son artefactos (véase pp. 276n y «El rasgo peculiar de la ciencia…»), lo que no es verdad. También se mantiene que naturaleza y realidad son artefactos, lo que nos lleva de nuevo al relativismo por una ruta diferente: según Latour, las leyes de la naturaleza solo se cumplen allí donde hay científicos e instrumentos científicos, de la misma manera que los filetes de pescado congelados solo se encuentran donde hay congeladores y camiones congeladores (Latour, We Have Never Been Modern , 1993: 91-129).
Bloor, Knowledge and Social Imagery (1991): para una crítica, véase Slezak, «A Second Look» (1994). Un ejemplo sorprendente de la incapacidad de Bloor para reconocer que la naturaleza restringe a la ciencia se encuentra en la p. 39 (aunque la concesión en la última frase, «Sin duda estamos totalmente justificados a la hora de preferir nuestra teoría [a la de Priestley] porque su coherencia interna puede mantenerse sobre una amplia gama de experimentos y experiencias interpretados teóricamente», parecería devastadora por ser incompatible con el postulado de equivalencia). Es importante distinguir entre el principio de simetría (que la ciencia buena y la ciencia mala deberían explicarse de la misma manera) y el principio de imparcialidad (que la ciencia que fracasó ha de estudiarse tan detenidamente como la que triunfó, un principio que ya planteó Alexandre Koyré en 1933: Zambelli, «Introduzione», 1967:14). Así, Bertoloni Meli, Equivalence and Priority (1993):14, apela a un principio de simetría, pero su argumento solo requiere un principio de imparcialidad. De hecho, su relato del conflicto entre Leibniz y Newton no es simétrico, puesto que Leibniz era un plagiario y Newton no.
Mi opinión es parecida a la de Pickering, The Mangle of Practice (1995), aunque Pickering evita el término «restricción» porque piensa que implica limitación social (65-67), y prefiere «resistencia». Compárese con la defensa de Harry Collins de su conjetura de que «el mundo natural de ninguna manera restringe lo que se cree que es» (Collins, «Son of Seven Sexes», 1981:54; Collins dice que su posición se hizo menos extrema en 1980: Labinger y Collins, eds., The One Culture? , 2001:184n), de manera que vale la pena hacer notar que aquí lo cito a partir de declaraciones de su posición madura o moderada). Si esto fuera cierto, Colón hubiera llegado a la China, el ajo quitaría el poder de los imanes y los cerdos podrían volar. Es importante entender que el relativismo de Collins (como el del programa robusto) no es el resultado de un programa empírico de indagación (aunque él lo denomina «el Programa Empírico del Relativismo»: Collins, «Introduction», 1981), sino su premisa: su proyecto entero «descansa sobre la prescripción “trata el lenguaje descriptivo como si estuviera dirigido a objetos imaginarios”» (Collins, Changing Order , 1985:16). Es evidente que si esta es nuestra premisa nuestra única conclusión ha de ser que la ciencia implica alguna especie de «truco ingenioso» (6), el truco de persuadir a la gente de que realmente existen objetos imaginarios. Incluso Collins, desde luego, sucumbe a este truco (véase Collins, «Son of Seven Sexes», 1981:34, 54), al tiempo que insiste que hacerlo así es erróneo; así, la empresa empírica existe únicamente para ilustrar y no para poner a prueba las premisas relativistas de Collins, y es profundamente implausible en el sentido que requiere que pensemos que las cosas que no pueden ser ciertas (son «literalmente