The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa

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Author: Joe Hayes
como las otras muchachas?
    Después de que se fue la muchacha, el príncipe prendió una vela y rezó. Dejó un vestido nuevo para la estatua, y luego corrió a casa. Le dijo a la reina: —Madre, haz que tu costurera haga el vestido más fino que pueda. Mándalo a la niña pobre que vive en el pueblo. Y manda hacer al orfebre unas zapatillas de oro para ella también.
    Por supuesto que la reina se lo concedió, y los sirvientes entregaron los regalos a la pobre. La niña gritó a su madre: —¡Mira! Mi rogación se cumplió. —Y abrazó y besó a su madre.
    Luego corrió a la casa de al lado para mostrar a las muchachas vecinas lo que había recibido. Lo que no sabía era que las vecinas eran muy codiciosas, y la vista del vestido hermoso y las zapatillas de oro les llenó de envidia. Echaron un encanto a las zapatillas, para que quienquiera que se las pusiera cayera en un sueño profundo, como si estuviera muerto.
    El próximo domingo la pobre se puso el vestido nuevo para ir a la iglesia y agradecer a Santa María. Se disponía a ponerse una zapatilla de oro, pero luego pensó: “Estas zapatillas se me van a ensuciar en el camino a la iglesia. Las llevo y me las pongo cuando llegue ahí.”
    Así que llevó las zapatillas a la iglesia. En un rincón, junto a la estatua de Santa María, se sentó y se puso una zapatilla. Bostezó y movió la cabeza, porque tenía mucho sueño. Se puso la otra zapatilla y se hundió en un sueño profundo. Dormía tan profundamente que ni respiraba.
    El padre llegó a la iglesia y la encontró. —¡Es un milagro! — boqueó—. Una nueva estatua de la santa ha aparecido. Y es tan realista en todo detalle. Ninguna mano humana sería capaz de hacer esta obra.
    El padre colocó la nueva estatua en un nicho junto a la antigua y anunció a los feligreses que habían sido bendecidos con un milagro.
    Ahora cada mañana el príncipe prendía una vela delante de las dos estatuas y para cada una traía un nuevo vestido.
    Poco después de esto, el príncipe decidió que ya era tiempo para casarse. Por supuesto, hizo lo que hacen todos los príncipes cuando quieren encontrar novia. Planificó tres tardeadas de baile en su casa e invitó a la gente de cerca y de lejos a venir.
    Entre las muchachas que vinieron de lejos había dos que no tenían ropa fina para el baile. Pero vinieron de todos modos, esperando pedir prestados vestidos de gala. Tan pronto llegaron al pueblo fueron a la iglesia para rezar por buena suerte y vieron las dos estatuas ataviadas.
    â€”¿Por qué no les quitamos los vestidos a estas estatuas? —dijo la una.
    â€”Claro que sí —respondió la otra—. A las santas no les va a importar prestarnos sus vestidos. De todos modos, sus enaguas son más lindas que nuestros vestidos. Y devolveremos los vestidos para la mañana.
    Así que esa tarde las muchachas fueron al baile en los vestidos de las estatuas de la iglesia. La pasaron de maravilla, aunque no parecían llamarle la atención al príncipe. Pero, a decir verdad, tampoco lo hacía ninguna otra muchacha en el baile.
    A la tarde siguiente, las muchachas volvieron a la iglesia para tomar prestados los vestidos de las estatuas. Imagínate el gusto que les dio ver que las estatuas llevaban puestos vestidos nuevos.
    Otra vez todo el mundo se divirtió mucho en el baile, pero el príncipe todavía no parecía dispuesto a enamorarse de ninguna joven.
    Al ver acercarse la tercera tarde, el príncipe comenzó a preocuparse. Tal vez el plan no diera resultado. Así que antes de la hora del baile el príncipe fue a la iglesia para prender velas a las santas a las que estaba tan devoto. Cuando entró a la iglesia, vio a dos jóvenes a punto de quitarles los vestidos a las estatuas.
    El príncipe se les acercó sin hacer ruido, para
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