han prestado al escribir este libro. Ellas merecen el mérito por cuanto haya de bueno en él, y yo me responsabilizaré de sus desaciertos.
Comenzaré, como es justo, por mis maravillosos asistentes de investigación, que han sido infatigables, sumamente organizados y útiles, hasta el punto de que considero que su colaboración ha sido esencial. Dawn Berry, Yulia Naumova, Rebecca Snow, Katharina Uhl y Troy Vettese desenterraron y analizaron materiales maravillosos en varias lenguas y demostraron un instinto infalible para lo importante e interesante. En las últimas etapas, Dawn leyó a fondo el manuscrito, ordenó las notas finales y dio forma a la bibliografía. En Toronto, Mischa Kaplan también desempeñó una labor muy útil.
Durante los últimos años he tenido el gran placer y el privilegio de ser parte de Oxford y del St. Antony’s College. Aunque a veces me he sentido como el personaje del sketch de Monty Python que se quejaba a viva voz de que le dolía el cerebro, nunca he dejado de asombrarme ni de sentirme agradecida por la extraordinaria vida intelectual y social de este lugar. He aprendido mucho y continúo aprendiendo de mis colegas y alumnos. Me he beneficiado enormemente de poder utilizar los recursos de la Bodleian Library y de la biblioteca del college .
El consejo escolar del St. Antony’s College tuvo la generosidad de permitir que me ausentara durante el curso académico 2012-2013, y debo dar las gracias en particular a la profesora Rosemary Foot, que desinteresadamente asumió el cargo de rectora suplente, que desempeñó, como todos esperaban, con su acostumbrada integridad y eficiencia. Asimismo, doy las gracias a mis colegas que velaron en mi ausencia por el considerable flujo de trabajo que implica la administración del college . Entre ellos están el vicerrector, Alex Pravda, los administradores, Alan Taylor y su sucesora Kirsten Gillingham, el administrador interno, Peter Robinson, el director de desarrollo, Ranjit Majumdar, la secretaria de admisiones, Margaret Couling, mi asistente personal, Penny Cooke, y sus colegas.
Aunque he permanecido en Oxford, he seguido formando parte de otra gran institución, la universidad de Toronto, y no he dejado de beneficiarme del contacto con mis colegas y estudiantes de allá, ni de la posibilidad de utilizar su excelente biblioteca. Estoy especialmente agradecida al Munk Centre of Global Affairs, a su fundador Peter Munk y a su directora Janice Stein, por concederme una beca durante el año en que estuve en Toronto escribiendo este libro, y por hacerme parte de su activa y estimulante comunidad académica.
Hace cinco años yo no tenía intenciones de escribir un libro sobre el estallido de la Gran Guerra; este asunto estaba demasiado trillado y yo tenía otros proyectos en marcha. Cuando Andrew Franklin, de Profile Books, me dio la idea, me resistí; y luego me encontré pensando en ella durante todo un verano. De modo que tal vez le guardo algo de inquina, pero un agradecimiento mil veces mayor por haberme involucrado en un tema tan cautivante. Sin él y sin su maravilloso equipo de Profile —entre ellos Penny Daniel, Daniel Crewe y el difunto y muy añorado Peter Carson—, este libro no hubiera podido materializarse. Y le debo idéntica gratitud a mis editores en Estados Unidos, de Random House, y en Canadá, de Penguin. Kate Medina en Nueva York y Diane Turbide en Toronto son editoras ejemplares, y sus comentarios constructivos y sus sugerencias han mejorado inmensamente este libro. Cecilia Mackay es una sobresaliente editora gráfica, y Trevor Horwood su par en la corrección de estilo. Tengo también la suerte de haber contado en este viaje —que algunas veces se me hizo largo— con animadoras como Caroline Dawnay, agente y amiga, y, en Canadá, el infinitamente entusiasta Michael Levine.
Me gustaría dar las gracias a los conservadores de la Bodleian Library y a sir Brian Crowe, por permitirme citar los